Costa Rica es un país al que
llegamos con la expectativa altísima, y honestamente la superó. Más allá de que
la mayoría del tiempo lo pasamos en Puerto Viejo de Talamanca en el caribe sur
(un pueblo que nos cambió la vida), esa experiencia sumada a los otros lugares
que tuvimos la suerte de visitar nos alcanzó para darnos un pantallazo claro
sobre lo que se respira en este país.
Como amantes de la naturaleza salvaje muchas veces durante el viaje nos adentramos en largas aventuras al medio del bosque o la selva para poder avistar aves, algún que otro mono o cada tanto encontrar una huella y asombrarnos. Recordamos con nostalgia esos momentos vividos y volveríamos a esos místicos lugares, pero en ese aspecto en Costa Rica la situación cambió: los animales son cosa de todos los días. Se acercan sin timidez, viven en los alrededores de los pueblos y hasta de las ciudades, suponemos que por las fuertes políticas de protección ambiental que se aplican. Basta con dar una caminata de pocos minutos para poder encontrarse con familias de monos de varias especies, perezosos por doquier, mapaches, pizotes, ranas, serpientes, arañas y muchos otros seres. La cotidianeidad de esta situación es algo que nos sigue asombrando.
Y la frutilla del postre, como
siempre, es la gente. Personas buena onda, alegres y relajadas que viven sin
prisa incluso en la capital del país (que no parece una capital), como no podía
ser de otra forma en medio de tanta armonía. Ahora entendemos por qué tantos
extranjeros viven acá, a nosotros también nos dan ganas de quedarnos. Gracias
por todo Costa Rica, te vamos a extrañar. ¡Pura vida, maes!
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