miércoles, 15 de julio de 2015

El valor de una foto

Hace aproximadamente un mes estuvimos en Rurrenabaque, ciudad en la amazonia boliviana. Desde allí hay varias posibilidades turísticas para explorar la flora y la fauna del lugar. La más atractiva es ir a las pampas del río Yacuma, un sitio elegido por muchos animales para habitar, entre ellos, los delfines de agua dulce. Uno puede elegir observarlos desde el bote o, los que se animan (también hay pirañas y caimanes), tirarse al río y nadar con ellos. Creo que no puedo explicar con palabras las sensaciones que te brinda estar en el agua acompañada de tan hermosos animales. Estuvimos tres días en las pampas y los tres días nos zambullimos para disfrutar de eso. Algunas veces teníamos seis o siete delfines nadando alrededor, otras algún curioso se acercaba por debajo y nos mordía los dedos de los pies cariñosamente haciéndonos dar un susto tremendo y otras veces no tenían muchas ganas de sociabilizar y simplemente no se acercaban. Reconozco que es bastante frustrante verlos alejarse, pero está bien: ellos deciden. No tengo ninguna foto de esta experiencia.

Hace algunos días nos encontramos en una situación parecida en el Cañón del Colca, Perú. Estábamos en un pueblo llamado Cabanaconde que tiene muy cerca el mirador “Cruz del Cóndor”, en el cual por la mañana se puede apreciar el vuelo de estas maravillosas aves. Nuevamente fuimos en tres oportunidades a observarlos y la sensación fue parecida: uno está expectante y con la ilusión de poder ver alguno bien de cerca pero, al igual que los delfines, ellos eligen: por momentos nos regalaron vuelos majestuosos a corta distancia y por otros preferían planear en la profundidad del valle muy lejos de nosotros. Con suerte y mucho zoom pude capturar algunas fotos de lejos. No tengo ninguna foto de un vuelo cercano.

Poder ver estos animales en estado salvaje no tiene precio. Uno se queda fascinado y la adrenalina y emoción que se siente cuando alguno de ellos decide acercarse es increíble. Pero no en todos los casos sucede así: también en el Cañón del Colca, más precisamente en el pueblo de Maca, tuvimos una experiencia muy diferente. Estábamos paseando por una callecita turística llena de puestos de recuerdos y lugares para comer, cuando vimos a un hombre con un gran halcón posado en el brazo. El hombre sostenía el extremo de un cordón y el otro extremo estaba agarrado a la pata del ave. En un momento, el halcón quiso salir volando, desplegó sus enormes alas y alzó vuelo. El hombre dio un tirón al cordón y el ave cayó revuelta al suelo. Miré a Facu y no lo podíamos creer. Es de las cosas más tristes que vi, pero más triste aún es que a pesar de esta imagen había una fila de turistas esperando para sacarse una foto con el halcón en la cabeza.

Este texto no tiene intenciones de juzgar a nadie (yo misma he ido hace muchos años a lugares como Mundo Marino o un zoológico) pero si es una invitación a la reflexión para que la próxima vez que estemos ante una situación así, pensemos un ratito si queremos seguir contribuyendo a este tipo de prácticas que lamentablemente se ven por todos lados. Por suerte hay muchas opciones para disfrutar de ver animales salvajes sin tener que invadirlos o tenerlos en cautiverio. Y aunque estas opciones no nos brindan fotos espectaculares, nos dejan algo mucho mejor: la sensación maravillosa de verlos en libertad.
 

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