Hace aproximadamente un mes estuvimos en Rurrenabaque, ciudad en la
amazonia boliviana. Desde allí hay varias posibilidades turísticas para
explorar la flora y la fauna del lugar. La más atractiva es ir a las pampas del
río Yacuma, un sitio elegido por muchos animales para habitar, entre ellos, los
delfines de agua dulce. Uno puede elegir observarlos desde el bote o, los
que se animan (también hay pirañas y caimanes), tirarse al río y nadar con
ellos. Creo que no puedo explicar con palabras las sensaciones que te brinda
estar en el agua acompañada de tan hermosos animales. Estuvimos tres días
en las pampas y los tres días nos zambullimos para disfrutar de eso. Algunas
veces teníamos seis o siete delfines nadando alrededor, otras algún curioso se
acercaba por debajo y nos mordía los dedos de los pies cariñosamente
haciéndonos dar un susto tremendo y otras veces no tenían muchas ganas de
sociabilizar y simplemente no se acercaban. Reconozco que es bastante
frustrante verlos alejarse, pero está bien: ellos deciden. No tengo ninguna
foto de esta experiencia.
Hace algunos días nos encontramos en una situación parecida en el
Cañón del Colca, Perú. Estábamos en un pueblo llamado Cabanaconde que tiene muy
cerca el mirador “Cruz del Cóndor”, en el cual por la mañana se puede apreciar
el vuelo de estas maravillosas aves. Nuevamente fuimos en tres oportunidades a
observarlos y la sensación fue parecida: uno está expectante y con la ilusión de
poder ver alguno bien de cerca pero, al igual que los delfines, ellos eligen:
por momentos nos regalaron vuelos majestuosos a corta distancia y por otros
preferían planear en la profundidad del valle muy lejos de nosotros. Con suerte
y mucho zoom pude capturar algunas fotos de lejos. No tengo ninguna foto de un
vuelo cercano.
Poder ver estos animales en estado salvaje no tiene precio. Uno se
queda fascinado y la adrenalina y emoción que se siente cuando alguno de ellos
decide acercarse es increíble. Pero no en todos los casos sucede así: también
en el Cañón del Colca, más precisamente en el pueblo de Maca, tuvimos una
experiencia muy diferente. Estábamos paseando por una callecita turística llena
de puestos de recuerdos y lugares para comer, cuando vimos a un hombre con un
gran halcón posado en el brazo. El hombre sostenía el extremo de un cordón y el
otro extremo estaba agarrado a la pata del ave. En un momento, el halcón quiso
salir volando, desplegó sus enormes alas y alzó vuelo. El hombre dio un tirón al
cordón y el ave cayó revuelta al suelo. Miré a Facu y no lo podíamos creer. Es
de las cosas más tristes que vi, pero más triste aún es que a pesar de esta
imagen había una fila de turistas esperando para sacarse una foto con el halcón
en la cabeza.
Este texto no tiene intenciones de juzgar a nadie (yo misma he ido
hace muchos años a lugares como Mundo Marino o un zoológico) pero si es una
invitación a la reflexión para que la próxima vez que estemos ante una
situación así, pensemos un ratito si queremos seguir contribuyendo a este tipo
de prácticas que lamentablemente se ven por todos lados. Por suerte hay muchas
opciones para disfrutar de ver animales salvajes sin tener que invadirlos o
tenerlos en cautiverio. Y aunque estas opciones no nos brindan fotos
espectaculares, nos dejan algo mucho mejor: la sensación maravillosa de verlos
en libertad.
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