Nunca fui
muy bueno para los deportes. Desde chico he intentado con varias disciplinas,
pero no hubo caso. Básquet, karate, natación, tenis, gimnasio y fútbol. Todos
los intentos fueron un fracaso detrás de otro, aunque a veces me han hecho
pasar grandes momentos de felicidad. El que más recuerdo es aquel día en que
nuestro equipo de fútbol de barrio iba perdiendo por goleada, yo estaba en el
banco (como siempre) y el director técnico decidió que entrara a jugar los
últimos diez minutos del partido.Una vez en el campo de juego, me llega una
pelota sorpresiva que me deja cara a cara con el arquero rival. Sin ningún tipo
de criterio o técnica pateo y la pelota pega en el palo y se va afuera. Nunca
voy a olvidar el “Uhhhh!” que se escuchó desde la poco
concurrida tribuna. Repito, los deportes nunca fueron lo mío.Y de pronto me
encuentro en La Paz, subido a una combi rumbo a la “ruta de la muerte”, una
antigua carretera en bajada que se hace en bicicleta y es famosa por sus
imponentes paisajes, sus trayectos sinuosos, sus amenazantes precipicios y por
las numerosas historias de víctimas fatales que se ha cobrado a lo largo de los
años. El guía explicó el itinerario, pidió que nos presentáramos y nos contó que
cada uno de nosotros sería ganador de una remera en caso de completar la
carretera exitosamente.
Llegamos a la cumbre del cerro
(4700m), nos dieron nuestras bicicletas y nos explicaron que allí comenzaría un
circuito de prueba en ruta asfaltada para que nos acostumbráramos a las bicis.
Maru prefirió ir al final del grupo para “ir a su ritmo y no entorpecer al
resto”. Obviamente ante mi falta de seguridad acepté acompañarla sin problemas,
y hasta preferí ir detrás de ella para poder ver que estuviera bien. Este tramo
fue alucinante, sentía que estaba volando y parecía poco a poco tomar
confianza. Incluso tuvimos que adelantar a una chica brasilera que iba
demasiado lento.
Una vez finalizada la práctica, nos
volvimos a subir a la combi y nos dirigimos hacia la ruta de la muerte
propiamente dicha.“Welcome to the Death Road”, dijo el guía antes de que
se detuviera el vehículo.
Tomamos el mando de nuestras bicicletas
nuevamente y cuando levanté la vista pude ver que esta vez el panorama era
distinto al de la práctica: camino de piedras y angosto, niebla, una leve
llovizna y precipicios por doquier. Sentí que en ese momento comenzaba el
verdadero desafío.
Por suerte para nuestra integridad
física, el circuito se divide en secciones y cuenta con varias paradas a lo largo
de todo el trayecto. En los primeros tramos pude andar a un buen ritmo, aunque
el dolor de mis manos tensionadas de tanto apretar los frenos ya se comenzaba a
sentir. A pesar de esto, todo iba bastante bien.
Antes de comenzar una de las secciones,
el guía nos aclaró que era una de sus favoritas del circuito. Con ansiedad de
ver lo que venía, empezamos a pedalear nuevamente. Primero salió la mayor parte
del grupo, después Maru, yo y por último nuestra compañera brasilera junto a
uno de los guías que venía custodiando al grupo desde atrás.
Poco a poco fui tomando velocidad hasta
dejar bastante atrás a la chica y el guía, pero a la vez Maru fue agarrando
confianza, aceleró y se fue alejando hasta que la perdí de vista. No veía a
nadie atrás ni adelante, parecía estar completamente “solo” en medio de la ruta
de la muerte. La situación no me preocupó mucho y seguí avanzando prestando
atención al camino.
Luego de algunos minutos andando, me
empecé a sentir algo cansado pero no me alarmé porque teniendo en cuenta el
tiempo que habían durado las secciones anteriores seguramente estaría por
llegar a la siguiente parada. Mientras tanto el sol brillaba cada vez más
fuerte abriéndose paso a través de la neblina. El calor aumentaba.
El tiempo siguió pasando y yo continuaba
sin avistar la próxima parada. Mis manos cada vez me dolían más, al igual que
las piernas, que aunque en general no se pedalea porque el camino es en bajada,
se encuentran tensionadas debido al rebote de las ruedas contra las piedras. El
sol seguía pegando duro y comencé a sentir escalofríos. Y para colmo seguía sin
ver a nadie, ni atrás ni adelante. Comencé a inquietarme porque el trayecto ya
me parecía larguísimo a comparación de los anteriores. ¿Acaso estaría perdido?
No me había parecido haber visto bifurcaciones pero era una posibilidad. Cada
vez me sentía peor, con mareos y sensación de presión baja. ¿Acaso estaría
muerto? ¿Me habría caído por un precipicio y luego entrado en una especie de
limbo representado en un ciclo infinito andando por la ruta? Sé que suena
alocado, pero en ese momento la desesperación y la incertidumbre me
avasallaban, y todo era posible.
Luego de mucho menos tiempo del que
pareció haber sido, escuché una voz. “¿Todo bien, amigo?”. Era
el guía que me había alcanzado. “Sí, todo bien”, le mentí. “¿Y
la chica brasilera?”. “Decidió subirse a la combi porque estaba muy
cansada, ¿querés subir?”. En ese momento el tiempo se detuvo. Mi
estado era lamentable, pero algo me decía que debía seguir. Como si estuviera
en una suerte de peregrinaje, o como si se tratara de un enfrentamiento cara a
cara contra todos aquellos fracasos deportivos que había tenido durante mi
infancia. “No”, respondí.
La buena noticia era que no estaba
perdido ni muerto. La mala me la enteré cuando le pregunté al guía cuánto
faltaba para la siguiente parada, esperando que la respuesta fuera que era a la
vuelta de la siguiente curva. “Faltan 8 kilómetros, esta es la sección
más larga”. Me encantaría tener una foto de mi cara en ese momento.
Luego de mucho cansancio y perseverancia
llegué a la parada. Me encontraba completamente dolorido y molesto, pero a
pesar de esto sentía una extraña felicidad al pensar en el logro que se
avecinaba. Todavía quedaba una sección más, pero faltaba poco.
Los martirios
seguían pero por suerte el último tramo fue más tranquilo que el anterior. La
entrada al pueblo de Yolosa fue triunfal. No había nadie esperándonos pero yo
me sentía llegando a mi país luego de haber ganado un mundial. Fue una
sensación increíble.Viajar envalentona. El hecho de no saber cuándo uno va a
volver al lugar que está visitando lo hace confrontar nuevos desafíos y lo
motiva a superar sus propios límites, espíritu que sería bueno poner en
práctica también en la vida cotidiana. Hay que animarse a más, siempre, aunque
duela, aunque cueste. Por eso después de 5 horas arriba de una bicicleta
recorriendo 65 kilómetros de los caminos más sinuosos de Bolivia les puedo
decir que, esta vez, la pelota pegó en el palo y entró.
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