Nunca fui
muy bueno para los deportes. Desde chico he intentado con varias disciplinas,
pero no hubo caso. Básquet, karate, natación, tenis, gimnasio y fútbol. Todos
los intentos fueron un fracaso detrás de otro, aunque a veces me han hecho
pasar grandes momentos de felicidad. El que más recuerdo es aquel día en que
nuestro equipo de fútbol de barrio iba perdiendo por goleada, yo estaba en el
banco (como siempre) y el director técnico decidió que entrara a jugar los
últimos diez minutos del partido.Una vez en el campo de juego, me llega una
pelota sorpresiva que me deja cara a cara con el arquero rival. Sin ningún tipo
de criterio o técnica pateo y la pelota pega en el palo y se va afuera. Nunca
voy a olvidar el “Uhhhh!” que se escuchó desde la poco
concurrida tribuna. Repito, los deportes nunca fueron lo mío.Y de pronto me
encuentro en La Paz, subido a una combi rumbo a la “ruta de la muerte”, una
antigua carretera en bajada que se hace en bicicleta y es famosa por sus
imponentes paisajes, sus trayectos sinuosos, sus amenazantes precipicios y por
las numerosas historias de víctimas fatales que se ha cobrado a lo largo de los
años. El guía explicó el itinerario, pidió que nos presentáramos y nos contó que
cada uno de nosotros sería ganador de una remera en caso de completar la
carretera exitosamente.