lunes, 13 de abril de 2015

No existe adiós

Ayer en la plaza de Purmamarca había un grupo de lugareños bailando danzas típicas de la región. “Qué bueno estaría aprender”, decíamos mientras vimos que una chica que por su aspecto no parecía local, tomó coraje y se unió a la ronda.

Hoy después de haber subido al mirador panorámico del Cerro de los Siete Colores, volvimos al campamento por nuestras mochilas, saludamos a la dueña del lugar y nos arrastramos hacia la terminal de ómnibus. No terminé de decir “dos a Tilcara” cuando notamos que ella estaba ahí, la chica valiente de la plaza. El colectivo tardó en llegar, por lo que más allá del sol sofocante y por momentos molesto no quedó otra opción más que entablar una conversación con ella y otra chica que la acompañaba. “La idea es llegar a México”, dijeron. Nos tomamos el mismo micro pero ellas bajaron en Maimará. “Capaz nos volvemos a ver”, dijimos mientras agarraban su equipaje de mano. “Seguro, ya nos veremos”, respondieron. Al llegar a Tilcara notamos que ellas todavía estaban en los asientos delanteros del micro. “Vimos el pueblo y nos arrepentimos, mejor nos instalamos en Tilcara”.
Una vez en la estación, Marina se quedó cuidando nuestros bolsos y yo salí en busca de un camping cercano (y barato). Caminé una cuadra y paré al primer mochilero que pasó para preguntarle. Su nombre era Nazareno y después de darme sus recomendaciones de hospedaje, nos quedamos charlando. Le conté que estaba viajando con mi novia, que estaba esperando en la terminal. Él me dijo que iba rumbo a Ecuador, a lo que yo respondí que entonces capaz nos volvíamos a ver. “No tengas dudas, todos hacemos caminos parecidos”. Nos despedimos y él siguió rumbo a la terminal.

Volví a buscar a Marina. Cuando la vi me dijo que Nazareno la había encontrado y le había dicho que no se preocupara, que yo estaba en camino. Quedé confundido ante la velocidad a la que había pasado todo.

Nos instalamos en el camping “El Jardín” y la carpa quedó más linda que la primera vez, quizás en parte debido al sauce que la coronaba. Almorzamos y se nos ocurrió tener una “tarde libre”. Maru eligió dibujar. Yo elegí empezar a leer “Un camión lleno de bananas”, un libro escrito por Duilio, un amigo, quien relata las crónicas durante un viaje por Centroamérica. Su hermana Sabina, una gran amiga, me lo había regalado para que lo leyera durante el viaje.

Me sumergí en la lectura como hacía tiempo no ocurría. Leí dos capítulos hasta dar con un relato que me dejó aún más confundido. Duilio narra un viaje en micro dentro de México donde ocurre el sorpresivo reencuentro con una viajera que había conocido algún tiempo atrás. Lo asombroso es que iba acompañada de una nueva amiga, “La Tana”, quien años más tarde terminaría siendo la madre de su hijo.

Me encanta la idea de “vivir de viaje” más allá del traslado físico, creo que es una gran manera de afrontar el día a día y nuestras relaciones. Me gusta la idea de despedir a las personas y decir “ya nos veremos”, aunque esto ocurra en la siguiente parada del micro, en un par de meses, dentro de mucho tiempo o quizás en otra vida. La sensación del futuro reencuentro es lo que más alumbra.
 


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