Ayer en
la plaza de Purmamarca había un grupo de lugareños bailando danzas típicas de
la región. “Qué bueno estaría aprender”, decíamos mientras vimos que una
chica que por su aspecto no parecía local, tomó coraje y se unió a la ronda.
Hoy
después de haber subido al mirador panorámico del Cerro de los Siete Colores,
volvimos al campamento por nuestras mochilas, saludamos a la dueña del lugar y
nos arrastramos hacia la terminal de ómnibus. No terminé de decir “dos
a Tilcara” cuando notamos que ella estaba ahí, la chica valiente de la
plaza. El colectivo tardó en llegar, por lo que más allá del sol sofocante y
por momentos molesto no quedó otra opción más que entablar una conversación con
ella y otra chica que la acompañaba. “La idea es llegar a México”,
dijeron. Nos tomamos el mismo micro pero ellas bajaron en Maimará. “Capaz
nos volvemos a ver”, dijimos mientras agarraban su equipaje de mano. “Seguro,
ya nos veremos”, respondieron. Al llegar a Tilcara notamos que ellas
todavía estaban en los asientos delanteros del micro. “Vimos el pueblo y nos
arrepentimos, mejor nos instalamos en Tilcara”.
Una vez
en la estación, Marina se quedó cuidando nuestros bolsos y yo salí en busca de
un camping cercano (y barato). Caminé una cuadra y paré al primer mochilero que
pasó para preguntarle. Su nombre era Nazareno y después de darme sus
recomendaciones de hospedaje, nos quedamos charlando. Le conté que estaba
viajando con mi novia, que estaba esperando en la terminal. Él me dijo que iba
rumbo a Ecuador, a lo que yo respondí que entonces capaz nos volvíamos a ver.
“No tengas dudas, todos hacemos caminos parecidos”. Nos despedimos y él
siguió rumbo a la terminal.
Volví a
buscar a Marina. Cuando la vi me dijo que Nazareno la había encontrado y le
había dicho que no se preocupara, que yo estaba en camino. Quedé confundido
ante la velocidad a la que había pasado todo.
Nos
instalamos en el camping “El Jardín” y la carpa quedó más linda que la primera
vez, quizás en parte debido al sauce que la coronaba. Almorzamos y se nos
ocurrió tener una “tarde libre”. Maru eligió dibujar. Yo elegí empezar a leer “Un
camión lleno de bananas”, un libro escrito por Duilio, un amigo, quien
relata las crónicas durante un viaje por Centroamérica. Su hermana Sabina, una
gran amiga, me lo había regalado para que lo leyera durante el viaje.
Me
sumergí en la lectura como hacía tiempo no ocurría. Leí dos capítulos hasta dar
con un relato que me dejó aún más confundido. Duilio narra un viaje en micro
dentro de México donde ocurre el sorpresivo reencuentro con una viajera que
había conocido algún tiempo atrás. Lo asombroso es que iba acompañada de una
nueva amiga, “La Tana”, quien años más tarde terminaría siendo la madre de su
hijo.
Me
encanta la idea de “vivir de viaje” más allá del traslado físico, creo que es
una gran manera de afrontar el día a día y nuestras relaciones. Me gusta la
idea de despedir a las personas y decir “ya nos veremos”, aunque esto
ocurra en la siguiente parada del micro, en un par de meses, dentro de mucho
tiempo o quizás en otra vida. La sensación del futuro reencuentro es lo que más
alumbra.

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